
Cierro los ojos. Vienes.
Y qué importa si vienes, si eres tú, quien sea…
Cierro los ojos y el perfume que quiero, el que elijo, se derrama en mi cuerpo, y en el lugar vacío se hace presente un hombre.
Un hombre que me ama, que se muere de ganas de apretarme en sus brazos, que desliza caricias por la piel, seda en celo.
Los murmullos de su voz confunden las palabras, las envuelven, las sueltan… ¿es tu voz… es tu arrullo? ¿Y qué importa si es tuya, si se parece o no a la voz que amé, que quizás sigo amando todavía?
Nada importa.
Los cuerpos tienen treinta y siete grados de temperatura, algo más en el momento
de hacer el amor… y pesan lo que el delirio quiera… porque se van acomodando al
vaivén, al oleaje del mar sobre las sábanas…
Un cuerpo, el tuyo, otro… con los ojos cerrados… son el mismo cuerpo que al abrir
la caja del deseo deja volar un millón de mariposas en el cielo oscuro de la soledad.
Tú qué andarás haciendo.
Por qué lugar caminarán tus pasos.
En qué charla estarás entreverado.
En qué silencio estarás amarrado como un velero al muelle.
¿Estás vivo?
¿No te has muerto aun de indecisión, de estupidez, de aburrimiento?
Yo me obligué a estar viva. Me obligué a no pensarte, a cambiarte por otros en la imaginación, a confundir las pieles, los gustos, las texturas, a transformar muchos hombres diferentes en ti.
Ninguno se da cuenta si pronuncio tu nombre, porque ninguno escucha… y estoy en mi emoción y en mi mente con quien me da la gana.
¿Qué importa si estás o no?
¿Qué importa si me amas o dejaste de amarme, si nos conocimos de veras aquella tarde, allá, o sólo fue un recuerdo de quien sabe quien que pasó por allí y entrecruzó su pensamiento con el mío confundiendo la verdad?
Yo no cuestiono tanto.
Ni hago preguntas.
Ni me pregunto.
No necesito respuestas, ni explicaciones, nada.
Y así todo comienza.
Vuelve a empezar.
Todo vuelve.
Todo empieza.
Todo se recicla.
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